Acabo de participar en un encuentro con el título El álbum familiar: otras narrativas en los márgenes en Huesca, España. La invitación vino de tres amigos (qué fácil es generar complicidades y cariño con personas inteligentes y abiertas) que llevan años reflexionando sobre la imagen: Pedro Vicente, Montse Morcate y Rebeca Pardo. Después de años de participar en conferencias, talleres, encuentros, y de sentir cada vez más que muchos de éstos son demasiado disciplinares y acartonados, con poco interés por su falta de alma, regreso muy contento por la energía e inspiración que encontré entre montañas y desiertos.
De manera natural, fluyendo “orgánicamente”, fotógrafas y sociólogas, artistas, realizadores audiovisuales, abogados, antropólogos, psicólogos y estudiosos de las bellas artes llegábamos a conclusiones similares. La terminología puede ser diferente pero lo cierto es que muchas de algunas reflexiones claves en común que se encontraban en las presentaciones de varias personas. Esto demuestra que el diálogo transdisciplinar no sólo es posible sino necesario. El gran tino del encuentro, responsabilidad exclusiva de Rebeca, Montse y Pedro, organizadores del evento, fue haber planteado un campo de interés en el que representantes de diversas disciplinas y con enfoques diversos pudieran reflexionar conjuntamente. La imagen y su relación con la familia, la intimidad, la vida y la muerte, la sociedad en su conjunto y la obra artística formaron parte de este encuentro que fue como poco, inspirador y refrescante. Ahora bien, la nota sobre la que quiero reflexionar es la relación entre preguntas e impacto.
(Paréntesis)
En los principales organismos que financian la investigación, al menos en Europa, cada vez es más común la idea de que la investigación académica debe generar algún tipo de impacto y las pesquisas deben desarrollarse en estrecha relación con otros actores sociales (empresas, ONGs, comunidades, gobiernos, etc.). El impacto es un concepto difuso pero que intenta dar cuenta de la relación más o menos directa y visible entre la investigación académica y la generación de bienestar (así, en un sentido extenso y abierto). Dependiendo del órgano financiador, el impacto puede ser, desde la creación de nuevas empresas o patentes, a que una comunidad cuente con mejores condiciones de vida como resultado de los proyectos. Ahora bien. los que nos dedicamos a reflexionar sobre lo social siempre parecemos estar en desventaja con respecto a los colegas cuya labor puede materializarse con mayor claridad. Y al mismo tiempo, cada vez es más común desarrollar proyectos conjuntos. Últimamente he tenido más contacto que nunca, en colaboraciones diversas, con ingenieros o gente de negocios. Mientras que ellos parten casi siempre de un problema dado, normalmente construido en su cabeza (de esto publicaremos un texto pronto), nosotros buscamos problematizar todos los elementos que se exponen (¿por qué llamarlos usuarios? ¿cuáles son las implicaciones éticas del uso de esta tecnología? Cosas así). Mientras que ellos encuentran “soluciones”, nosotros sólo buscamos “problemas”.
(fin del paréntesis)
Este año he compartido tiempo con dos grupos de personas que me han hecho replantearme muchas cosas. En Colombia conocí a un colectivo de investigación/innovación/acción que me maravilló por su energía y capacidad de reflexión conjunta: Inspiralab, un híbrido entre empresa de estudios de mercado, centro de innovación social y laboratorio de investigación. Lo que más me emocionó de conocerlos fue no sólo su inteligencia, juventud y preparación, sino su capacidad de pensar al mismo tiempo que hacían, su energía autopoiética. Por otro lado, en Huesca, vi el proceso mediante el cual los artistas construyen obras de mucha calidad al tiempo que reflexionan sobre las implicaciones sociales, económicas o filosóficas de su obra (o viceversa, investigadores que no sólo escribían papers sino que buscaban construir obras a partir de esas reflexiones). ¿Cómo hacer entonces para que las horas y horas que pasamos leyendo, escribiendo y reflexionando sobre la sociedad puedan resultar de utilidad más allá de lo útil que sea compartir estas reflexiones? ¿Cómo deberíamos desarrollar nuestra labor de manera más imaginativa, experimental y lúdica? ¿Cómo lograr tener un “impacto”?
Por ahora no tengo ninguna respuesta, sólo tengo la energía que me traje de Medellín, de Huesca, y que me inspira para, al menos, intentar hacer mejores preguntas. Pero sobre todo, a aventurarme con formas distintas de pensar y hacer (más sobre esto pronto), de pensar-hacer. En cualquier caso, gracias a todos ellos por incomodarme, por sorprenderme, por inspirarme.
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En primer lugar: ¡¡¡Gracias por las provocaciones, por las aportaciones y por el contrapunto en Huesca!!! En cuanto a lo tus reflexiones sobre el Impacto… A mí la palabra me remite a esas películas apocalípticas sobre meteoritos a punto de destruir La Tierra. Por eso no puedo evitar que me de pánico cada vez que la leo: imagino el final del Intelecto y el Criterio tras el brutal IMPACTO de la burrocratización del conocimiento… Bufffffff.
En cuanto a la “utilidad” sólo puedo decir que es paradójico que una palabra que hace cosquillas al paladar defina algo tan prosaico y poco inspirador. Supongo que por eso la pronunciamos más de lo que la practicamos…
Moraleja: básicamente, estoy de acuerdo contigo (cosa que me preocupa: ¿el impacto de tu conferencia habrá cambiado la morfoestructura de mi cerebro… ya de por sí poco dado a la utilidad? Ja, ja, ja).