Cuando era niño, una de las actividades preferidas de la familia, especialmente los fines de semana, era proyectar diapositivas con fotos de la familia en sus viajes, sus cumpleaños o sus ocasiones especiales. Un poco más tarde, en mi adolescencia, mi madre me torturaba en mis fiestas de cumpleaños apagando las luces y llegando con el proyector para que mis amigos “disfrutaran” viendo a su colega vestido con un casco, de karateca o apagando las velas en el mismo día unos años antes (la práctica termino cuando, en una fiesta de cumpleaños, uno de mis amigos, al ver una foto de toda mi familia, comenzó a tararear el tema de los locos Adams mientras los demás colegas chasqueaban los dedos). Cuento la anécdota porque hace poco mi madre se dio a la tarea de escanear aquellas diapositivas que son el pequeño repositorio de las memorias de mi niñez (y la de mis hermanos y la de toda la familia y amigos) y me di cuenta de una cosa. Todas y cada una de esas imágenes las conozco, no sólo porque las he visto cientos de veces sino porque en esas tardes de domingo, cuando se proyectaban sobre la pared, se contaban infinitas historias, se rememoraban anécdotas y situaciones referentes a la imagen, se analizaban los elementos “ese traje de baño lo compramos en tal sitio” o “en esas vacaciones fue cuando se ponchó la llanta” (pinchó la rueda para los españoles). De esa manera, la imagen se convertía en un referente “material” del imaginario (¿un imagenario?) social y el grupo se cohesionaba alrededor de él (cuestión más que dicha por Bourdieu, Chalfen, Van Dijk, etc.). Lo que me llama la atención es que, con la tecnología digital, la explosión de imágenes, la cantidad de ellas, su uso cada día más cotidiano, la fotografía parece estar cada vez más, libre de esos referentes más amplios. Que podría tener como consecuencia que tenga menor capacidad de ser “emuladora material de vivencias” y que pase a fungir más como un “espejo” en el que nos observamos una vez para mirarnos un momento y cuya imagen será olvidada en cuanto llegue la posterior. La relación entre temporalidad, subjetividad, mirada y dispositivos es algo que debo explorar más. Y bueno, para el beneplácito del personal al que le gusta ver cosas graciosas, heme aquí disfrutando de la playa en aquél Guayabitos de mi niñez (por aquello del verano). Cualquier comentario en torno al porte del autor de esta enchilada, si es positivo, puede anotarse en los comentarios, si es negativo, mejor abstenerse. Por cierto, esto me detona otra reflexión en torno a la privacidad-intimidad, ¿Qué pasaría si por ejemplo un ped er asta (lo escribo así para que Dios Google no lo pille) pasa por aquí y ve la foto? Interesante asunto.
