El tesista “en la Tele”

Cuando era niño, tuve mis 3 o 4 segundos de fama cuando, quizá por un error de producción, el yo que era en ese entonces apareció en un  tremendo close-up en el programa de Bozo, eran los setenta, era la televisión. Muchos años han pasado desde entonces y las canas me colonizan cada vez más. Vivimos tiempos 2.0,  y subiendo, y ahora esto de salir en televisión ya no es tan “cool” como aparecer en los rankings de Youtube.

Pues bien, gracias a la inefable confianza, y “extreme marketing”, del buen compa Fernando, conocí a Cristina, quien encarna (la palabra en español es horrible en realidad) como nadie que haya conocido, lo que es una productora de cultura del Siglo XXI (así en sentido extenso). Gracias a esa carambola dospuntocerezca amistosa, acabé teniendo mis 6:02 segundos de fama (contando la cortinilla). Si atentemos a Warhol, todavía me quedan otros 8:58 que espero tener la oportunidad de tener algún día. Por lo pronto, gracias a Cristina, al equipo de la Malla y a Fernando por darme la oportunidad de “salir en la televisión” 😉

Edgar en la Malla

P.D. WordPress no me deja incrustrar el video y eso quizá signifique que ya tendría que comprarme mi propio dominio. En cualquier caso, es más divertido que lo vean “in situ”.

De internet, sirenas, morfinas, virus y radiografías

He tenido al blog un poco olvidado, no sólo porque llevo un par de semanas fuera (a estas alturas hablar del congreso de la AoIR sería poco periodístico y de todas maneras ya todos mis compañeros dijeron algo más interesante que lo que pueda decir yo) sino porque a mi computadora de la oficina le entró un virus tremendo y porque he tenido inmovilizado el brazo. En cualquier caso lo curioso es que mientras algunas personas debatían en Dinamarca sobre si el online y el offline, yo no podía hacer nada online porque mi brazo estaba completemente off the line (chiste malo causado por el abuso en el consumo de ibuprofeno). Rebobino, el primer día de mi visita a Copenhague para el congreso, me resbalé intentando ver el monumento más famoso (y menos bonito hay que decirlo) de toda Dinamarca: la sirenita. Me resbalé con una piedra mojada y caí estrepitosamente mientras los turistas seguían tomando fotos sin querer enturbiar sus vacaciones con la desagradable visión de un mexicano retorciéndose del dolor a sólo unos pasos de la escultura estrella de la visita por la ciudad. Afortunadamente Elisenda (y un taxi) estaban lo suficientemente cerca como para que 20 minutos después pudiera llegar con mi dolor a un hospital que recuerdo como extraordinariamente amable. No haré halago de falsa valentía, el dolor era más fuerte que yo y sólo con ayuda de unos caballitos de morfina pudo calmarse lo suficiente como para que me tomaran unas radiografías y me recolocaran el hombro. En fin, que no disfruté la conferencia (excepto en ciertos momentos, no sé si de lucidez o de estados alterados de conciencia). Una de mis presentaciones dejó mucho que desear (aunque la otra creo que fue más que decente). Historia que sirve para dos fines; para “justificar” ante mis cientos de lectores (¿no hay un emotícono para ironías?) el tiempo transcurrido y para dar pie a mi primer post con una luxación (el lunes comienzo rehabilitación pero ya por lo menos puedo poner la mano sobre el teclado y escribir un poco).

Hoy fui al médico (uno más, éste, según dicen, especialista, traumatólogo). Los médicos cada vez se parecen más a los cajeros de los supermercados, la misma mirada ausente, el mismo tonito de “¿encontró todo lo que buscaba?”. Es curioso cómo esto de aprender a ser investigador hace que se sensibilice la mirada. Por ejemplo, me di cuenta que sólo me miró una vez a mí mientras que no despegó los ojos de la pantalla del ordenador (y vio 3 veces la de su flamante Iphone 3G que tenía sobre la mesa). Ahora viene la reflexión de fondo: el doctor miró muy por encima mi radiografía, concentrándose en ella y no en mi hombro. La radiografía pasó a ser, no ya la representación de mi sino la síntesis de la relación que tuvo conmigo en esos minutos que duró la consulta. Yo me convertí en la imagen de un hombro y en ello se concentró toda mi humanidad. La radiografía no habla del dolor que siento, de lo incómodo de no poder mover el brazo, de cómo me deja el estómago la medicina, en un estricto sentido me deshumaniza y me muestra sólo como un conjunto de datos para dar un diagnóstico. Cuando la sociología visual se encuentra con el Dr. House o algo por el estilo. En fin, estoy muy cansado y un poco mareado así que mi comentario sobre el libro que estoy (intentando) leyendo quedará para después, eso sí, les dejo mi luxación como homenaje al uso de la imagen más allá de la fotografía. El hombro del tesista:

El “fotógrafo” de la playa

Lo pensé mucho, por un lado estoy haciendo una tesis al respecto y por supuesto que como dato, lo que vi me resultó por demás interesante. Pero por otro lado, es difícil mantener cierta distancia cuando se ven estas cosas. La historia es que el finde pasé por la Barceloneta y atrás de mi estaban dos chicas muy atractivas haciendo topless (cosa por otro lado de lo más normal). Después de darme un chapuzón de buena fe (porque seamos sinceros, el agua se ve limpia pero aguas vemos, contaminaciones no sabemos), me di cuenta que un señor se había puesto atrás de mi, cerca de las chicas pero a sus espaldas y les estaba tomando fotos con su móvil. Aunque lo hacía con cierta discreción (ponía el teléfono cerca de su mochila de manera que no era evidente lo que hacía), desde mi perspectiva podía observarlo perfectamente. Total que decidí ponerlo en evidencia y fui yo el que le tomé una foto a él. Abiertamente, me acerqué, se la tomé, me vio cuando lo hacía y regresé a mi lugar. Minutos después, el señor este se iba y las chicas no se enteraban de nada. Seguramente el tipo tiene su colección, ya sea personal o en la red y, nuevamente los debates sobre la imagen y la privacidad se detonan. De cualquier forma, me pareció que lo menos que podía hacer era “exponerlo” y subirlo aquí.

Un niño en la playa: sobre las fotografías, su temporalidad y función.

Cuando era niño, una de las actividades preferidas de la familia, especialmente los fines de semana, era proyectar diapositivas con fotos de la familia en sus viajes, sus cumpleaños o sus ocasiones especiales. Un poco más tarde, en mi adolescencia,  mi madre me torturaba en mis fiestas de cumpleaños apagando las luces y llegando con el proyector para que mis amigos “disfrutaran” viendo a su colega vestido con un casco, de karateca o apagando las velas en el mismo día unos años antes (la práctica termino cuando, en una fiesta de cumpleaños, uno de mis amigos, al ver una foto de toda mi familia, comenzó a tararear el tema de los locos Adams mientras los demás colegas chasqueaban los dedos). Cuento la anécdota porque hace poco mi madre se dio a la tarea de escanear aquellas diapositivas que son el pequeño repositorio de las memorias de mi niñez (y la de mis hermanos y la de toda la familia y amigos) y me di cuenta de una cosa. Todas y cada una de esas imágenes las conozco, no sólo porque las he visto cientos de veces sino porque en esas tardes de domingo, cuando se proyectaban sobre la pared, se contaban infinitas historias, se rememoraban anécdotas y situaciones referentes a la imagen, se analizaban los elementos “ese traje de baño lo compramos en tal sitio” o “en esas vacaciones fue cuando se ponchó la llanta” (pinchó la rueda para los españoles). De esa manera, la imagen se convertía en un referente “material” del imaginario (¿un imagenario?) social y el grupo se cohesionaba alrededor de él (cuestión más que dicha por Bourdieu, Chalfen, Van Dijk, etc.). Lo que me llama la atención es que, con la tecnología digital, la explosión de imágenes, la cantidad de ellas, su uso cada día más cotidiano, la fotografía parece estar cada vez más, libre de esos referentes más amplios. Que podría tener como consecuencia que tenga menor capacidad de ser “emuladora material de vivencias” y que pase a fungir más como un “espejo” en el que nos observamos una vez para mirarnos un momento y cuya imagen será olvidada en cuanto llegue la posterior. La relación entre temporalidad, subjetividad, mirada y dispositivos es algo que debo explorar más. Y bueno, para el beneplácito del personal al que le gusta ver cosas graciosas, heme aquí disfrutando de la playa en aquél Guayabitos de mi niñez (por aquello del verano). Cualquier comentario en torno al porte del autor de esta enchilada, si es positivo, puede anotarse en los comentarios, si es negativo, mejor abstenerse. Por cierto, esto me detona otra reflexión en torno a la privacidad-intimidad, ¿Qué pasaría si por ejemplo un ped er asta (lo escribo así para que Dios Google no lo pille) pasa por aquí y ve la foto? Interesante asunto.

Los besos como proceso de remediación cultural en Internet

La historia comienza cuando un día, de esos que no tengo nada interesante que decir, colgué un post con dos fotos de besos (de una “acción-social” de marketing de conocida empresa barcelonesa de ropa en donde se invitaba a la gente a besarse en una plaza pública). La segunda parte viene cuando me di cuenta que dicha entrada era la más visitada de mi blog y puse un post semireflexivo sobre ello. Desde hace unos días, las visitas a esta humilde enchilada han caído en franca picada y, después de echarle un ojo con lupa a las estadísticas, me di cuenta que ya nadie entraba al blog buscando la palabra “besos” en Google. Entonces, la busqué yo mismo para ver los resultados y cuál fue mi sorpresa al ver que, efectivamente mi foto seguía en segundo lugar pero ya no era la dirección de este blog a lo que enlazaba sino a otro blog (a un space para ser políticamente correctos). Ahora bien, movido por la curiosidad, seguí buscando “mi” foto y me la encontré, en un blog más e incluso en una versión corregida y aumentada en otro. Ahora bien, lo que me resulta interesante de la anécdota es, por un lado la “remediación” (reciclaje cultural podríamos llamarle), pero por otro lado cómo, mediante no sé cuáles mecanismos (léase Google y sus algoritmos), el tráfico, que originalmente se dirigía a mi sitio, ahora se dirige a otros. Es fabuloso (seamos sinceros, seguramente esos sitios tienen más que ofrecer para los que buscan “besos” que lo que puede ofrecer este blog pseudo-académico). Y la historia podría escribirse en clave de economía política en donde, ante los procesos de copia y uso de objetos digitales, en tiempos de Google, la presencia y el “éxito”, se van trasladando con la renovación de dichos objetos. Interesante porque por otro lado, ultimamente he leído muchas historias de cómo personas están utilizando fotos de Flickr (tomadas por otros) para hacer negocios, por aquí hay una pista sobre la reproducción de la “obra de arte” en la era digital.

Un blog de besos

Este será un post reflexivo, de esos que le gustan al desaparecido Adolfo (desaparecido de la blogosfera, que me consta que está currando en su tesis). La reflexión comienza porque ayer se rompió el “record” de visitas a esta humilde enchilada (no diré el número porque comparado con las visitas que tienen blogueras serias como Tiscar, el mismo Adolfo o Daniel, en cuyos blogrolls aspiro a figurar algún día, yo, más que de la aristocracia bloguera, soy parte del campesinado más humilde). De todas esas entradas ayer, 90 provenían de Google e iban directamente a un post con dos fotos de besos que tomé por la calle (post con un estilo por el que el Nettizen bautizó a este blog como una enchilada). Me interesó tanto la conexión con Google que busqué imágenes con la palabra “Besos”, mi foto apareció en la primera página y era la quinta foto. Ahora bien, revisando algunos comentarios en mi cuenta de Flickr, me topé con la noticia de que mi foto más vista (que no la más “relevante”) era ésta que aparece abajo, ¿cómo se llama? Besos húmedos. ¿Y si en lugar de un blog sobre la tesis y esas nimiedades académicas, me dedico a hacer un blog con fotos de besos? (Algo así como Besos-Apapachos). Al menos no tendría esta terrible sensación de que lo que digo es irrelevante en comparación con las demostraciones de afecto públicas en formato digital (eso sin contar con el éxito que tendría en Internet). En fin, que aquí sigo preso (al menos cuantitativamente), tanto de google como de mi propia práctica fotográfica (¿será eso que Foucault llamaba disciplinamiento?)

Besos húmedos

Actualización: este post, hizo que se rompiera nuevamente el record de visitas.

¿Y qué pasa cuando a uno se le va el unicornio azul?

Llevo días queriendo escribir algo para el blog y, aunque leo cosas interesantes, simple y sencillamente no me apetece (eufemismo snob para decir que soy incapaz) de escribir algo con sentido. Estoy por leerme la santísima trinidad (por no decir la fabulosa trilogía) de libros sociológico-filosóficos sobre fotografía (Bourdieu, Sontag y Barthes) para sacar ideas para mi tesis y supongo que con ello esta enchilada dará un vuelco a algo así como tesis-antítesis-fotoreflexiones. Por lo pronto, y sólo como lubricante social, escribo que no tengo nada que escribir.