Un par de notas existencialistas (intermedio)

Curioso verbo: Googlear. Todos lo hemos hecho alguna vez, ya sea por darle continuidad a nuestro trabajo, por curiosidad, por “cuantificar nuestro ego” o por simple y llano aburrimiento. Algunos pocos -de mente brillante- incluso lo convierten en el detonante para elaborar obras geniales (a todo mundo le recomiendo que lea El Anarquista que se llamaba como yo de mi amigo Pablo Martín Sánchez. Si esa es su primera novela no quiero ni imaginar cómo serán las que vendrán).

Googleándome (y no puedo evitar pensar que la sonoridad de la palabra tiene su encanto) encontré esta referencia en una página que prefiero no enlazar desde aquí, por lo que copio-pego el contenido:

El Ministerio Público del Fuero Común, inició el acta circunstanciada ****, derivado del fallecimiento de Edgar Gómez Cruz, de 26 años de edad a consecuencia de una descarga eléctrica, cuando realizaba labores de mantenimiento en un edificio del Centro.

Leerlo me generó una extraña angustia. Es sólo un nombre, sí, uno muy común por otro lado (curiosamente encontré otra nota sobre un Edgar Gómez Cruz que se había cambiado el nombre). Entre esta persona que falleció y yo no existe otra conexión que el conjunto de letras que sirven para identificarnos a ambos. Y sin embargo, encontrar esa triste noticia me puso a pensar en mi propia existencia.

Los inviernos largos y solitarios dan para mucho pensar y me dio por reflexionar sobre las preguntas importantes ¿Qué es lo que nos mueve? ¿Qué de lo que somos y hacemos nos constituye como personas y qué es un mero accesorio del contexto o el tiempo? ¿Cuáles son las comodidades necesarias y las luchas irrenunciables?

Llevando un poco al extremo del paroxismo mi reflexión, y centrándome en mi trabajo (porque ahora mismo es lo único medianamente relevante que hay en mi vida), me he dado cuenta que las preguntas que subyacen mi interés por las tecnologías no son otros que los problemas humanos de toda la vida. De ahí mi acercamiento a la antropología, al arte, a la filosofía pero sobre todo a la calle. Las preguntas que han guiado mi trabajo siempre comienzan y terminan en la experiencia cotidiana de personas “comunes y corrientes”. Aquellas con las que nos cruzaremos una y otra vez en cada uno de los lugares a los que vayamos, aquellas que somos todos.

La reflexión me llevó a pensar en lo visible y lo invisible. Junto con una colega tenemos un proyecto sobre comunidades in/visibles. Las oportunidades (y la falta de ellas), los recursos, los estigmas y una infinidad de cosas más generan in/visibilidad no sólo con respecto a la sociedad en su conjunto sino con respecto a las posibilidades que tienen muchas personas de pensarse, de mirarse, de creerse. Esto es muy abstracto, no es mi idea discutirlo a fondo (por ahora). Sólo quería plantear, en esta reflexión, y a partir de un tema que surgió hoy por varios lados, su conexión con los sueños. No tanto los estrictamente oníricos como los que se forman como proyecciones de la imaginación (y vuelve a cobrar relevancia el título de este blog). Uno de mis informantes, en un corto que estamos a estamos punto de estrenar (parte de mi trabajo de campo del año pasado), dice de manera muy poética:

“¿Por qué no podemos convertir nuestros sueños en realidad? ¿Qué nos impide, a ti y a mi, ser las personas que quisiéramos ser?”. Más adelante en su texto se responde: “Si sueño como vivo, y si vivo como sueño, no hay nada que me impida ser el yo que quiero ser. La persona que puedo ser” (mi traducción)

Virginia Woolf dice que “una mujer debe tener dinero y una habitación propia para poder escribir novelas”. Aunque su reflexión se sitúa en otra discusión que la que aquí pretendo (si es que pretendo algo, como siempre son apenas unos esbozos y notas), la idea de que alguien debe tener las condiciones ideales para ser, para crear, para imaginar, está lejos de la realidad. He pasado mucho tiempo con chicos de escasos recursos, personas comunes y corrientes y con escasísimas oportunidades, que no se definen por lo que tienen o dejan de tener sino por los sueños que los mantienen luchando. Por como se imaginan. Y eso es algo que me inspira profundamente, que me genera esperanza para mi propia existencia en la que prefiero estar desesperado a desesperanzado. Tal como terminaba Woolf: “hacer este trabajo, aun en la pobreza y la oscuridad, merece la pena”.

 

 

 

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