La rebelión de los fotógrafos y fotógrafas: Instagram, identidades y acción.

Antecedentes

La historia está más que difundida. Instagram, la principal “app” para la exhibición e intercambio de fotografía en los teléfonos móviles anunció el cambio de sus términos de uso y, con un lenguaje poco hábil, encendió una chispa que no hizo sino crecer entre los usuarios que entendieron que, a partir del 16 de enero, sus imágenes podrían ser vendidas a terceros (y curiosamente todo el mundo pensó inmediatamente en la publicidad). Historias de franca oposición por parte de los usuarios de una plataforma ha habido muchos, en Facebook cada vez que cambian la privacidad, por ejemplo. Pero también recuerdo cuando Flickr fue adquirida por Yahoo o cuando, también en Flickir, hicieron públicas las API (ver Vayreda y Estalella, 2007).

La fotografía digital: un campo en tensión.

Bien es cierto que lo sucedido abre un nuevo capítulo en la larga discusión sobre derechos de autor, propiedad intelectual, licencias de uso y de exclusividad, y stocks fotográficos. Por otro lado también se genera un debate sobre la privacidad de los usuarios que felizmente comparten sus imágenes en un contexto determinado, y que aunque sepan que es técnicamente posible que termine en otro lugar, no quieren que termine en cualquiera. Sin embargo, mi interés en este pequeño conflicto no se centra en esos dos temas (ni del tercero que sería la economía política de las plataformas y el “trabajo gratuito” por parte de los usuarios) sino que se centra en otro. En un capítulo de mi libro planteo algunas cuestiones relacionadas con el campo de la fotografía digital y cómo ésta se encuentra en plena lucha simbólica (para hacer evidente el guiño a Bourdieu). Mi interés en Instagram radica en el hecho de que parece emerger una colectividad con una identidad más específica que la de “usuario”: la de los fotógrafos (se entiende que, aunque use el masculino, me refiero a ambos géneros).

Los fotógrafos se rebelaron contra los nuevos términos de uso y muchos de ellos se están despidiendo de la plataforma e incluso cerrando cuentas y borrando fotos. Las críticas a esta postura radical parecen centrarse en dos cuestiones: Por un lado, en  la calidad de las imágenes. Los “especialistas” afirman que, dada la cantidad de imágenes que hay en instagram (y la poca calidad de las mismas), es poco probable que una foto termine vendiéndose y por ello critican la ira de los usuarios como injustificada. La segunda cuestión en la que se centran las críticas es en la inconsistencia de los usuarios para aceptar los mismos términos en distintas plataformas. Un post menciona que en realidad los nuevos términos de uso de Instagram no distan mucho de las de otras plataformas como Youtube, Facebook o Twitter. Este análisis pierde de vista que algunos usuarios de Instagram, quizá no los más importantes en cuanto al número de seguidores (que normalmente son estrellas mediáticas, marcas o personas relacionadas con la moda), pero sin duda un número creciente de ellos, son personas que se consideran, definen e identifican como fotógrafos y fotógrafas, no como usuarios. Si una plataforma como Vimeo propusiera unos términos de uso en donde hubiera alguna duda sobre los derechos (de autor o de uso) de los videos ahí alojados estoy seguro que veríamos una respuesta similar. Nos guste o no, en los términos de uso de todas las plataformas gratuitas se nos explica cómo la empresa nos da el servicio a cambio de nuestra información. Incluso algunas, como Facebook, se adueñan también de nuestros contenidos. Sin embargo, en mi estudio afirmo que las personas realmente interesadas en la fotografía lo tenían claro; las fotos que subían a Facebook eran insignificantes para ellos como imágenes y servían más como la fotografía doméstica tradicional, para celebrar los momentos importantes de la vida. La fotografía que tomaban en serio, como tal, iba a otro lado (mayoritariamente Flickr).

Para mi lo más interesante de este conflicto es la identidad colectiva que surge y que aglutina a personas con distintos intereses, usos y aproximaciones a la fotografía bajo un mismo paraguas. Estas personas entienden a sus fotos como obras y a ellos y ellas como fotógrafos. No me interesa si la crítica, la estética, los cánones o los expertos los consideran como tales sino que ellos mismos lo hagan.

Instagram bebe de años y años de formación visual y fotográfica (así como de años de experiencia en plataformas mediadas). No es un “fotolog móvil”, es una plataforma móvil en donde, gente que utiliza la fotografía como expresión o comunicación, converge (como pasó en Flickr en su momento). Y si bien a muchos usuarios les da igual este cambio de normativas, muchos fotógrafos con un trabajo original e interesante están migrando (o regresando a Flickr) y ahí es donde, a mi parecer, está la clave, la crítica a la idea de un “usuario único”. Al tratarlos por igual, Instagram comete un gran error. No hay “cuentas pro” en Instagram (como en Flickr), no hay “páginas de fans” (como en Facebook). Quienes se están quejando y abandonando Instagram no son usuarios de una red social basada en fotografía, son fotógrafos usando una red social para comunicarse, conectar y exponer su obra. Y esto cambia radicalmente la aproximación y el uso de la plataforma. A cualquier fotógrafo le molestaría pensar que su obra va a ser vendida sin su consentimiento.

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