He tenido descuidado al blog entre otras razones porque estoy en un periodo de transición, volviendo a construir un trabajo de campo (siempre en relación a la cultura en sentido extenso y siempre con un componente digital-visual pero explorando otras avenidas e involucrándome en otras temáticas, por ejemplo los alimentos). También porque estuve tres semanas de viaje en marzo. Hay infinidad de cosas sobre las que me gustaría comentar, no sólo sobre mi nuevo trabajo de campo sino sobre el viaje en sí. Simplemente por comentar algo, me centraré en algo que me sigue dando vueltas en la cabeza: el norte de California (y hago la distinción con el sur porque ellos mismos la hacen constantemente).
Estuve unos días teniendo reuniones con amigos y colegas en el área de la Bahía de San Francisco. Hacía años que quería visitar ese “viejo oeste”, esa tierra de oro y oportunidades y por fin llegó la oportunidad en forma de “viaje de intercambio de conocimientos”. Un grupo de académicos británicos y yo estuvimos visitando campus y personas, principalmente en Berkeley, Santa Cruz, San Francisco y Stanford.
Una de esas reuniones fue en Belmont, justo donde comienza (o termina según se vea) la falla de San Andrés. Junto con Marc Smith, mi anfitrión ese día, dimos un paseo y subimos a un pequeño monte desde el cual se podía observar la bahía en todo su esplendor. Queda por descontada la magnífica vista y la hermosura del paisaje natural pero Marc, hábil conocedor de la zona, comenzó a apuntarme hacia edificios que se podían observar desde ese altura mientras enunciaba en tono solemne: Google, Apple, Facebook, Electronic Arts, Cisco, Yahoo…si hubiera apuntado hacia la izquierda, hacia San Francisco, podría haber dicho: Twitter, Instagram, Flickr etc. (Aquí un mapa que muestra la contundencia de lo que quiero decir). Internet puede ser global, puede estar maquilado en China, Brasil o México, con su centro en ninguna parte (o en todas), pero ese soleado día me quedó claro que eso que conocemos como “Internet” está “made in California” (en el norte para ser más precisos).
Una vez pasada la reflexión geográfica de la economía política de Internet, lo que más me impresionó es la coexistencia, en una forma improbable, casi diría imposible, de algo que podríamos llamar la cultura del futuro junto con otras muchas culturas que poco tienen que ver (al menos en principio) con una sociedad hiperpantallizada. Lo que vi en la ciudad de San Francisco, sin un ánimo taxonómico o reduccionista, fue un montón de geeks coexistiendo con mexicanos y salvadoreños, yoguis y vegetarianos, gays y afroamericanos con artistas, yuppies, posthippies y turistas. Taquerías y panaderías al lado de galerías de arte y en la esquina, las sedes de las compañías tecnológicas de moda. No, ni estoy diciendo que todos sean iguales o tengan la misma agencia dentro de la ciudad ni que la “invasión” de ingenieros y programadores no haya tenido consecuencias graves (por ejemplo en la gentrificación de The Mission, barrio tradicionalmente latino que vive un incremento en el precio de sus inmuebles y en cuyas calles se ven, abundantemente, chicos jóvenes y blancos que llevan su ropa a lavar, cargándola en bolsas que dicen “Intel” o “Microsoft”, a lavanderías regenteadas por inmigrantes que cobran salarios muy bajos). Lo que quiero decir, y que es algo que le escuché decir a más de una persona, es que esa mezcla de personas dispares, el clima, los movimientos sociales, el laissez faire y el LSD en el agua (y más de una persona mencionó esto), dio como resultado eso que llaman “Ideología californiana“, la cuna perfecta para Sillicon Valley. Vale, esto que acabo de decir es reduccionista a más no poder y hay otros que lo han elaborado mejor y a conciencia. Lo único que quería apuntar, recalentando motores para recuperar el blog, es lo impresionado que quedé de verlo, olerlo, sentirlo y, de alguna forma, vivirlo. Ahora bien, más que ver Google o Apple, lo que más me gustó fue ver una librería mítica. En fin, ya estoy de regreso por la fría Inglaterra.