Este será un post más personal y menos “académico”, más propio de mi antiguo blog que del actual. Algunas veces uno tiene que escribir cosas así.
Da la casualidad que en 24 horas terminé de leer Reportajes de Joe Sacco (sin duda el mejor reportero “gráfico” que existe actualmente en el mundo, aquí una probadita del libro), retomé y leí un par de capítulos de Eating Animals de Jonathan Safran Foer y vi la película 4:44 de Abel Ferrara. Aunque aparentemente no tienen nada en común, lo cierto es que las tres obras ponen de manifiesto una crítica a la condición humana, un llamado de atención y, de alguna forma, un acento pesimistamente informado sobre nuestro destino (ya se sabe, los pesimistas son optimistas bien informados).
La obra de Sacco nos transporta a los rincones donde están los desposeídos, las víctimas totales de la creciente desigualdad en el mundo y su cara más absurda, la guerra, Irak, la inmigración africana a Europa, Chechenia, etc. El último Reportaje de su libro es sobre el distrito de Kushinagar, una de las más pobres de India. Ahí centró su trabajo en la casta de los Dalits, los “intocables” una de las más bajas (incluso, sin saberlo de cierto, no son considerados ni siquiera una casta). Para estas personas sólo hay un objetivo: conseguir comida para vivir un día más. Contrastando con esto, las cifras que presenta Safran Foer sobre la industria alimenticia norteamericana son espeluznantes: cada año se sacrifican diez mil millones de animales para consumo humano (sólo en Estados Unidos). En el último cuadro del reportaje de Sacco, uno de sus informantes afirma que los Dalits son una raza en extinción. Extinción también es la palabra que utiliza Safran Foer para describir las especies marinas que ya no existen por la industria pesquera. Ferrara en cambio propone la extinción de toda la humanidad.
Aunque la obra de Ferrara es de ficción (y no voy a hacer una evaluación de la peli, ya la machacó la crítica especializada) y habla sobre el fin del mundo, la intertextualidad que propone con discursos reales (Al Gore, el Dalai Lama, etc.) la sitúa como una obra realista alejándose de la retórica, ampliamente abusada, del 2012, los mayas y el fin del mundo. El cineasta establece un diálogo metafísico entre distintas visiones de lo que esto podría significar el fin de la existencia, encarnándolo en una pareja, ella una artista y budista, en paz consigo misma, él un exjunkie lleno de dudas (interpretado por uno de mis actores favoritos, Willem Defoe)
Pero en el fondo sí hay una cosa en común en estas tres obras, las imágenes, no tanto las que se muestran de manera “representacional” como las que se intuyen e inducen a través de la imaginación (el título de este blog no es fortuito). Frente a la idea actual, cada vez más imperante, de que la imagen realista (por no decir fotográfica) es la forma más contundente de “mostrar” la realidad, un cómic, dibujado, un libro, con palabras, y una película, más con lo que deja de mostrar que con lo que muestra, nos presentan un angustiante panorama sobre el mundo en el que vivimos, sobre el mundo que puede dejar de ser habitado por nosotros. Como le dice su mamá a la chica: “has hecho todo lo posible por tener fe en este mundo que ellos han destruido” ¿Lo hemos hecho? ¿Estaremos a tiempo?