En estos tiempos en los que la imagen es omnipresente en las sociedades occidentales (y no sólo en ellas), tiempos en los que estamos inundados de mediaciones tecnológicas hipervisuales (que de hecho algunos hasta las estudiamos) vale la pena recuperar una reflexión detonada precisamente por un grupo de imágenes.
Hace unos días participé como “voluntario” (a los colegas de oficina no es fácil decirles que no), en un estudio sobre el cerebro. No quiero reflexionar aquí sobre el proceso, por demás interesante (estar media hora metido en un tubo que escanea el cerebro para después aguantar una prueba que básicamente consiste en elaborar una tarea frente a un monitor mientras recibes descargas electromagnéticas en la cabeza, bien valdría otro post). Lo que quiero apuntar ahora es la forma en la que nos relacionamos con las imágenes. La investigadora principal me regaló un “souvenir”, varias imágenes de mi cerebro….
Mientras que por un lado pretendo discutir teóricamente el uso de las fotografías, en investigación social, como algo más que una “representación de la realidad” (como objeto y como herramienta de investigación) aparecen estas tres imágenes que me hacen complejizar aún más el entendimiento sobre la foto-grafía.
Maynard, un autor muy interesante que tiene un libro que recomiendo especialmente: The Engine of Visualization (2000) plantea que las foto-tecnologías son tecnologías capaces de detectar la presencia de luz, y, en algunas ocasiones, como es el caso de la fotografía, pueden también marcar la presencia de esta luz sobre alguna superficie. Sin embargo, la fotografía tiene una capacidad extra, no sólo detecta la luz y marca su presencia sobre una superficie sino que esa combinación puede “describir” y “representar” aquello que genera las perturbaciones en la recepción de la luz. De esta forma, se combina con otro de nuestros poderes, el poder de imaginar.
Sin entrar en la cuestión del realismo en la fotografía, temática por demás trabajada, lo que pensé con estas imágenes es la forma en la que “me representan”, tanto o más que mi foto de perfil en facebook o algún autorretrato de instagram. Estas imágenes detonan otro tipo de “poder de imaginar”. Requieren de la lectura especializada que, a diferencia de los códigos estéticos, está pautada no sólo por el grupo que los detenta (que también), sino por la relación con sistemas de poder/conocimiento que tienen en la imagen su centro. Nada nuevo, esto ya lo dijo Foucault y luego Latour y luego Edwards. Lo que quiero resaltar aquí, para recordarlo constantemente, es la necesidad de pensar a la fotografía como una poderosa herramienta, que no es transparente sino construida. Aproximación que adquiere sentido cuando parece haber un cambio en el que la fotografía ya no sólo sirve para “imaginar”, sino, cada vez más, para “sentir” (en el sentido de su uso para la “copresencia”). Quizá tendríamos que estudiar a las fotografías de instagram como estudiamos las imágenes de una resonancia magnética. Atendiendo tanto a nuestro conocimiento/interpretación de ellas como a la re-presentación que buscamos entender.