En estas vacaciones, tirada debajo de los asientos de la pequeña sala de proyección de un museo, encontramos una cámara fotográfica. Aunque el primer pensamiento es el de que en cualquier momento llegará el dueño, o la dueña, buscándola desesperadamente, al no suceder, el segundo pensamiento es el de devolverla. El tercer pensamiento sin embargo, más siniestro pero interesantemente humano, es el de pensar que es preferible que quede en manos de un enamorado practicante de la fotografía que en las de un guardia de seguridad que no le dará el uso adecuado. Debatiéndome entre el lado oscuro del pensamiento y la corrección política de lo cívico, decidí mirar las fotos, en una búsqueda poco leal de pistas sobre la naturaleza de quien había poseído, hasta que la dejó ahí, desvalida, la cámara. En mis adentros, con cierto patetismo, pensé: “si aparece un tío con cara de skin head y rodeado de cruces gamadas o una mansión llena de autos lujosos, la cámara quedará en buen resguardo de un uso ideológico peligroso o de alguien que no la valorará como es debido”. Sin embargo, para mi sorpresa, me encontré cientos (literalmente) de fotos de una familia normal, casi podría decirse de cualquier familia. Una mamá, un papá, y dos hijos pequeños, recorriendo un camino rural en bicicleta, saludando alegremente a la cámara, un árbol de navidad con regalos, una casa bonita pero nada suntuosa, el papá posando tímidamente con un monumento de fondo. Las fotografías que encontré, y aquí inicia mi reflexión, seguramente valían más, para esa familia, que la cámara misma que se puede comprar, con un poco (bueno, no tan poco, era una cámara buena) de dinero , en cualquier local. Sobra decir que regresé la cámara a las oficinas esperando y deseando que la familia, legítima dueña, no estuviera también de paso por la ciudad y pudiera recuperar sus recuerdos de esa navidad (porque podría apostar lo que fuera a que no habían descargado las fotos de la cámara desde hacía meses).
Ahora bien, dos reflexiones son las que subrayo para trabajar:
- Por un lado la cuestión de la fragilidad de la “memoria digital”. No es solo, como ya he comentado en alguna otra ocasión, que los cambios de formatos pongan en peligro los archivos que dependen de ellos (yo por ejemplo tengo un disco zip con cientos de fotos, correos y archivos que quizá nunca pueda recuperar), sino que nuestras prácticas, estrechamente relacionadas con las tecnologías que utilizan, hagan que perdamos conciencia de lo que nos jugamos con ellas. Perder una cámara con un carrete de 36 imágenes podría ser una triste pérdida, perder una cámara con una tarjeta de 8 gigas llena califica como tragedia. ¿Le damos el mismo estatus de “memoria” a estas imágenes? ¿cambiamos nuestra forma de organizar, cuidar y hacer perdurar estas fotos? ¿Cada cuánto bajamos las fotos al ordenador? Y una vez ahí ¿las respaldamos? ¿cómo? ¿con qué frecuencia?
- Relacionado con lo anterior, y como contrapeso a mi argumento de que la fotografía digital abre nuevas prácticas, he ahí que esta familia, como todas en la Cultura Kodak, aparecía ahí, retratada feliz, en sus momentos dulces como familia, sin ninguna pretensión estética, sin utilizar las enormes posibilidades de una cámara para tomar las mismas fotos que hubieran hecho con cualquier otra. Lo nuevo no desplaza a lo viejo, lo viejo convive adquiriendo nuevas variantes y fuerza con eso que en muchas ocasiones nos deslumbra como revolucionario.
Sinceramente pienso que hay una serie de condicionantes (tecnico-sociales) que posibilitan la ‘creación en masa’ de recuerdos familiares derivados fundamentalmente (en mi opinión personal) por la democratización de los dispositivos (en este caso de captación de imágenes), la sociabilzación de estos (formatos de intercambio, estándares, usabildad, accesibilidad, …) pero sobre todo por que el abaratamiento de los componentes y su fabricación-comercialización (tanto del dispositivo como la desmaterialzación de la imagen respecto del soporte material – no es necesario revelado ni impresión para ser vistas -)ha permitido que ‘casi todo el mundo’ (postura etnocéntrica de un indígena occidental) pueda convertir una practica casi limitada exclusivamente a la ‘immortalización de ceremonias’ (ritos de paso) a una practica presente en el dia a dia, en cualquier momento con cualquier dispositivo (movil, ipad, …). El caso es que no me sorprende que las fronteras entre lo rofesional y lo familiar se disuelvan dando lugar a una nueva concepción de lo que representa, simboliza y vale una imagen creada por medios que ya son asumidos por nuestras tareas domesticas del dia a dia. Es solo una opinion.